Todo parecía apuntar, como siempre, a que los puntos fuera de casa serán los más complicados. Este hecho se origina por dos factores inconcusos: la realidad de tener que desplazarse cada dos fines de semana 150 km en un autobús de tapicería de terciopelo y la redundancia de jugar fuera de casa, con otros gritos en las gradas y con otros colores en las banderillas del córner.
Así fue el último partido de la liga, donde se sacó un fructífero empate en Mutxamel, tras los tantos de Micheel y Adrián. Y fue en este encuentro en el que mejor se puede explicar la belleza del fútbol, que trasciende de los valores deportivos para convertirse en “lo más importante de lo menos importante”, según sentenciaba Valdano.
El partido en su mayoría fue regido por el tiempo. El delgado del equipo local cuando este iba ganando se hacía el sueco si tenía que ofrecer algún balón al campo y de este modo, le echaba una carrera al cronometro. A la postre de nada sirvió. Irónicamente, los que reclamaron más minutos al árbitro para intentar cambiar el resultado fue el Mutxamel. Sin embargo, como el fútbol ya nos ha enseñado, el tiempo siempre es la moneda más cara.
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